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Conociendo un poco Almería

El Cable Ingles
Considerado por los almerienses como uno de los símbolos de su ciudad, al cargadero del Alquife, más conocido como el cable inglés, le ha sentado fenomenal haber superado el centenar de años. Porque lo que durante años fue visto como un mastodóntico amasijo de metal, y madera, degradado que obstaculizaba el crecimiento de la ciudad, se ha convertido en un potencial reclamo turístico y un exponente de la ingeniera civil de principios del siglo XX. Fuera de servicio, y por tanto alejado de la misión que motivó su génesis, su emergente valor patrimonial y artístico han evitado que a algún cerebro le diese por prescindir de su inconfundible presencia en la playa de las Almadrabillas. Desde 1998, de hecho, es considerado un Bien de Interés Cultural. A finales del siglo XIX la actividad minera en las sierras almerienses y granadinas era intensa. Surgió la necesidad de transportar el mineral y el ferrocarril, en su tardía expansión por España, fue el mejor medio para hacerlo. El paso siguiente resultaba inevitable: facilitar y aligerar la distribución. Y con este cometido nació este cargadero administrado por Compañía de Hierros del Sur de España. El fatigoso trabajo de cargar un barco, que necesitaba de días, se redujo a horas gracias a esta construcción que conducía los convoyes desde la estación de ferrocarril de Almería.
La estructura, de unos 100 metros de largo y con unos 20 sobre el nivel del mar, facilitaba el pase de los minerales de los vagones de carga a las bodegas de los barcos. Una gigantesca construcción cuyo entramado de vigas tiene algo de Torre Eiffel; no en vano el ingeniero británico André Monche, dicen, era uno de los seguidores de la obra del arquitecto galo.
Técnicamente, el proyecto inicial contemplaba una obra más modesta en la que la madera tuviera más presencia que el hierro. Un proyecto más en la línea de otros cargaderos que existieron en las costas almerienses, como el vecino levantado por la compañía minera británica Bairds Minings. Finalmente acabó con la fisonomía que presenta actualmente, un trabajo con casi cuatro mil toneladas de acero fundido traídas de Motherwell (Escocia). El rey Alfonso XIII, que andaba por la zona bendiciendo los nuevos tramos de ferrocarril, lo inauguró el 20 de abril de 1904. Dicen que costó unos 3,2 millones de pesetas, una buena cantidad en la época. Apenas un mes después partió el primer barco que había sido cargado en él. En 1973, tras muchos años de menguante actividad, cesaron sus servicios.
Condenado a ser un obstáculo inservible en una zona de la ciudad en expasión, los años siguientes no fueron fáciles para el Cable inglés, cuya permanencia fue fraguándole simpatías en la ciudadanía. Su inactividad, de hecho, ayudó a olvidar los ruidos y las suciedades propias de los frutos que se le arrancan a la tierra. La minería, en todo su ciclo, no conoce de aires puros sin polvaredas ni desechos materiales. Hoy, más de 100 años después, lastrado por algún achaque en forma de vandalismo y alguna que otra agua que ha realzado viejos óxidos, el objetivo es darle lustre a su entorno y tratar de aprovecharlo turísticamente al máximo. Un balcón hacia el Mediterráneo con aires de Torre Eiffel.

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